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Relatos de Arpilleras
             Revista Cambia tu Historia


                                               Huellas






                         Por Edith Novoa Reyes, estudiante de TNS Trabajo Social



           Decidí emprender este viaje cuando la rutina comenzó   artesanales  y  entendí  que,  desde  las  manos  y  los
           a  asfixiarme  y  la  ciudad  de  cemento  dejó  de  ser   sueños,  se  construyen  las grandes luchas, así nació

           refugio. Desde la Alameda, con una mochila al hombro   el sindicato de artesanos “Nuevo Inti”, un espacio que
           y las pocas lucas que quedaban de mi sueldo, partí   nos  permitió  organizarnos  y exigir  reconocimiento
           hacia un lugar llamado Coronel.  “¿Y dónde queda     para nuestra cultura y oficio, pasó el tiempo y la familia

           eso?”,  pregunté  incrédula,  “En la  Octava  Región,  po’,   creció con la llegada de Wladimir, el hermano menor,
           santiaguina”, respondió un muchacho de pelo largo. El   el bebé que completó nuestro clan. Ser madre me
           centralismo vitalicio de mi vida se rompía, me despedí   enseñó a fallar y acertar, a avanzar sin certezas, pero
           de mi ciudad natal con ansias de libertad, de descubrir   siempre con amor, mis dos hijos, los compañeros de
           algo nuevo. Coronel me recibió con un aroma          ruta que más he amado, son el regalo más genuino

           inconfundible, casi como marcando territorio, pero fue   que  la  vida me ha  dado.  Hoy  somos una hermosa
           en esa primera casa, con el manzano en el antejardín   familia de tres, acompañada por nuestros animales: la
           y las gallinas correteando libres, donde encontré mi   Pituca, la Única y el Azul, entre café y anaranjado.

           primer hogar. Las playas de Colcura  y Playa Blanca,
           donde el bosque besa al mar, me parecían un paraíso,   Sin embargo, mi espíritu inquieto me susurraba
           dormí bajo el ritmo de las olas y celebré lo que otros   que faltaba algo, me sentía apagada, atrapada en la
           huían, la lluvia inesperada en pleno  verano. Fue en   monotonía. Miré a mi alrededor  y entendí que era
           Laraquete, con su río de piedras cruzadas y su gente   hora  de  desafiarme,  de  romper  con  lo  cómodo,  de

           generosa, donde confirmé que este era mi lugar.      proyectarme hacia nuevas metas, decidí estudiar, cerrar
                                                                ciclos pendientes  y permitirme crecer como mujer,
           La decisión de quedarme fue  tan natural como        aprender de los fracasos  y celebrar los logros.  Aquí

           inesperada. Coronel me enamoró y en su abrazo crecí   estoy, viviendo este proceso con orgullo y convicción,
           y cambié. Allí nació mi primer hijo, Martín, silencioso   cada día trabajo como hormiguita, constante y sigilosa,
           durante el día y despierto por las noches, moviéndose   construyendo  el  futuro  que quiero,  sin olvidar las
           al ritmo de las canciones que su padre le cantaba,   palabras de aquella canción que resuenan en mi andar:
           mientras mi pichi wentru crecía, yo también lo hacía.   “en la calle, codo a codo, somos mucho más que dos”.

           Aprendí orfebrería, descubrí la  vida en las ferias   Chaltumay, peukayal.
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